domingo, 7 de septiembre de 2008

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Siempre ejercí un cierto magnetismo en los hombres.

Me miraban, incluso de chica, y a mí me divertía que me mirasen. No era una nena especialmente linda (la naríz grandota de crecer por partes, la cara llena de acné, los aparatos..) pero había algo que los atraía, la picardía en la mirada tal vez.

Ligaba piropos de colectiveros, kiosqueros y hasta profesores del cole. Pero lo que más disfrutaba eran las visitas de amigos de la familia y clientes de papá. Los tenía cerquita y en mi territorio, conejillos de india para mis ensayos de histeriqueo.

Llegaba del colegio mascando boobaloo de tuttifruti, con los cordones desatados y la pollera de tablas (siempre más corta que lo permitido) manchada con resaltador amarillo. Descubría a mi presa generalmente sentado en la cocina y me acercaba a saludar. Le daba un beso ruidoso de lleno en el cachete y como quien no quiere la cosa, o quiere pero disimula, le apoyaba la mano en el hombro y hacía un comentario intrascendente como lo mucho que me habían dado de tarea. Con ese mínimo contacto me ganaba su completa atención y lograba que estuviera pendiente de todos mis movimientos.

Iba hasta la mesada a buscar una taza y chaqueaba en el vidrio de la alacena que me estuviera mirando el culo. Ajá, es un viejo verde sentenciaba en mi cabeza y continuaba con el juego. Abría la heladera de espaldas a él, giraba un poco la cabeza y lo miraba sobre mi hombro Yo voy a tomar leche, decime lo que querés y acentuaba el decime lo querés con la mirada y apenas una mueca de sonrisa. Entonces se resolvía de dos maneras: si el tipo se me quedaba mirando, insistía dale, qué es lo que te gusta?; si contestaba, le decía
y cómo te gusta?

Y el gran final: me sentaba en la silla de al lado pero de frente a él, levantaba un pie hasta la altura de sus rodillas (dejando que la pollerita revelara sólo un poco más) y mostrándole la zapatilla desatada le pedía
me atás???

Me divertía ver que le temblaran las manos al hacer el nudo, o la voz al decir ya está. Nunca me animé a buscar signos de mi éxito en su entrepierna, porque era una chica muy pudorosa y recatada, pero me moría de ganas.






Aún así, nunca reparó en mí el hombre de quien más me interesaba recibir atención.
Hace semanas que no veo a mi papá.
Y hoy tampoco quiere verme.



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